
“La mayor revelación es el silencio que rodea al sufrimiento mental.” Virginia Woolf
Invisibilidad presupuestaria: ¿Dónde está la voluntad política?
A pesar de que más de mil millones de personas padecen trastornos de salud mental según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el gasto público destinado a este rubro sigue siendo alarmantemente bajo: apenas el 2% del presupuesto total en salud.
Esta cifra, estancada desde 2017, revela una negligencia sistemática que perpetúa el sufrimiento silencioso de millones. La disparidad entre países es aún más grave: mientras los de ingresos altos invierten 65 dólares por persona, los de ingresos bajos apenas destinan 0,04 dólares. Esta brecha no solo es económica, es ética.
Costos humanos y económicos: El precio de la omisión
Trastornos como la ansiedad y la depresión no distinguen edad, género ni nivel socioeconómico. Son la segunda causa de discapacidad prolongada y generan pérdidas económicas globales que rondan el billón de dólares anuales. Pero más allá de las cifras, está el costo humano: vidas truncadas, familias fracturadas, juventudes vulnerables. El suicidio, con más de 727.000 muertes en 2021, sigue siendo una de las principales causas de defunción entre jóvenes, lo que exige una respuesta urgente y transversal.
Políticas sin legislación: El vacío normativo
Aunque muchos países han mejorado sus planes de salud mental desde 2020, menos de la mitad cuenta con leyes que cumplan plenamente los estándares internacionales de derechos humanos. Esta ausencia legislativa deja a millones sin protección jurídica frente a prácticas abusivas, como ingresos hospitalarios sin consentimiento o estancias prolongadas en instituciones psiquiátricas. La salud mental no puede seguir siendo tratada como un apéndice del sistema sanitario; requiere un marco legal robusto, centrado en la dignidad y la autonomía de las personas.
Modelos de atención: Entre el rezago y la esperanza
Menos del 10% de los países ha completado la transición hacia modelos comunitarios de atención, lo que perpetúa la dependencia de hospitales psiquiátricos. Sin embargo, hay señales de avance: más del 80% de los países integran hoy el apoyo psicosocial en respuestas de emergencia, y la telemedicina ha ampliado su presencia, aunque con desigual acceso. La integración de la salud mental en la atención primaria es una estrategia clave, pero aún insuficiente si no se acompaña de inversión, formación profesional y participación comunitaria.
Promoción y prevención: ¿Retórica o compromiso?
La mayoría de los países reporta iniciativas de promoción de la salud mental, lo cual es alentador. Pero sin recursos, sin leyes, sin voluntad política sostenida, estas iniciativas corren el riesgo de quedarse en la superficie. La salud mental debe dejar de ser el “pariente pobre” de la salud pública. Es hora de que los presupuestos reflejen la magnitud del problema, y que las políticas se traduzcan en protección real, acceso equitativo y acompañamiento digno.
“No hay salud sin salud mental. Y no hay justicia sin inversión en el bienestar invisible.” Ban Ki-moon
Araceli Aguilar Salgado Periodista, Abogada, Ingeniera, Escritora, Analista y comentarista mexicana, de Chilpancingo de los Bravo del Estado de Guerrero E-mail periodistaaaguilar@gmail.com