
“La desesperanza es el silencio de los que ya no esperan ser escuchados.” Ricardo Trujillo Correa, académico de la UNAM
El suicidio como espejo de lo que no funciona
Cada año, más de 720,000 personas se quitan la vida en el mundo. En América Latina y México, lejos de disminuir, las tasas de suicidio han mostrado un preocupante ascenso, convirtiéndose en una herida abierta que interpela a nuestras sociedades. Este fenómeno no puede entenderse como una decisión individual aislada, sino como el resultado de múltiples factores estructurales: desigualdad, violencia, exclusión, falta de acceso a salud mental y ruptura de los vínculos comunitarios.
América Latina: una región en aumento
Mientras la tasa mundial de suicidio ha disminuido casi un 40% entre 1990 y 2021, América Latina ha seguido una tendencia inversa. En América Latina Central, los suicidios aumentaron un 39%, con México a la cabeza y un incremento del 123% en mujeres. En la región andina, el aumento fue del 13%, con Ecuador como caso destacado, y en la zona tropical, del 9%, con Paraguay al frente.
Este crecimiento revela una paradoja: en países donde el discurso sobre salud mental ha ganado espacio, las condiciones estructurales siguen deteriorándose. La pobreza, la precarización laboral, la violencia de género, el debilitamiento de los lazos comunitarios y la falta de políticas públicas eficaces configuran un entorno propicio para la desesperanza.
México: cifras que interpelan
En 2024, México registró 8,856 suicidios, con una tasa nacional de 6.8 por cada 100 mil habitantes. Los grupos más afectados son jóvenes de 15 a 29 años y adultos de 30 a 44, es decir, personas en edad productiva. El 73.1% de quienes se suicidaron realizaban alguna actividad económica, lo que sugiere que el entorno laboral lejos de ser un espacio de realización puede convertirse en un detonante de sufrimiento.
Los estados con mayores tasas son Chihuahua (16.4), Yucatán (16.2) y Aguascalientes (14.3), mientras que Guerrero, Chiapas y Baja California presentan las más bajas. Esta desigualdad territorial exige un análisis contextualizado: ¿qué dinámicas sociales, económicas y culturales explican estas diferencias?

Género, edad y ciclo vital: claves estructurales
Los hombres se suicidan más que las mujeres (11.2 vs 2.6 por cada 100 mil habitantes), pero los intentos son más frecuentes en ellas. En América Latina, la relación hombre-mujer varía de 1.5:1 en Ecuador a 6:1 en Panamá. Los factores de riesgo cambian según la etapa de la vida: abuso infantil, acoso escolar, decepciones amorosas, crisis económicas, abandono en la vejez. El suicidio, entonces, no es un fenómeno homogéneo, sino una expresión de múltiples fracturas a lo largo del ciclo vital.
Obstáculos persistentes: estigma, tabú y datos insuficientes
La estigmatización del suicidio y de los trastornos mentales impide que muchas personas busquen ayuda. En muchos países, el suicidio sigue siendo tabú, lo que dificulta su abordaje como problema de salud pública. Además, la calidad de los datos es limitada: solo 80 países cuentan con registros civiles adecuados, y en México, muchas muertes se clasifican como “dudosas”.
Respuestas institucionales y comunitarias
México ha implementado programas como PRONAPS, la Línea de la Vida (800-911-2000), brigadas de primeros auxilios psicológicos en empresas y campañas como “Dale color a tu vida”. La OMS, por su parte, propone intervenciones basadas en evidencia: restringir el acceso a medios letales, educar a los medios de comunicación, fomentar habilidades socioemocionales en adolescentes y garantizar atención oportuna.
Sin embargo, estas medidas deben ir acompañadas de estrategias multisectoriales que involucren salud, educación, justicia, medios, comunidades y empresas. La prevención del suicidio no puede depender solo del sector salud: requiere una transformación cultural y política.
Hacia una ética del cuidado y la corresponsabilidad
El suicidio en América Latina y México es un síntoma de estructuras que no sostienen. Para revertir esta tendencia, es necesario cambiar la narrativa: dejar de ver el suicidio como un acto individual y comenzar a entenderlo como una expresión de sufrimiento social. La corresponsabilidad es clave: docentes, líderes comunitarios, medios, empresas, familias. Hablar de salud mental es hablar de dignidad, de vínculos, de justicia.
En este Día Mundial para la Prevención del Suicidio, el llamado es claro: transformar el dolor en acción, el silencio en palabra, la estadística en memoria. Porque cada vida cuenta. Y cada vida merece ser sostenida.
“La vida no se sostiene en soledad: necesita comunidad, dignidad y memoria.”
Araceli Aguilar Salgado Periodista, Abogada, Ingeniera, Escritora, Analista y comentarista mexicana, de Chilpancingo de los Bravo del Estado de Guerrero E-mail periodistaaaguilar@gmail.com